martes, mayo 17, 2005

Visiones Fortuitas


Una nube apareció en el horizonte. No era una nube normal. Era una nube que con sus colores blancos y rojos destacaba profundamente en la oscuridad de la noche. Eran rayos los que como látigos golpeaban el mundo. Eran rayos rojos con vocación de látigos.

El camino seguía su infinita extensión quien sabe hasta donde. Y mientras yo viajaba en mi auto podía claramente ver este espectáculo de luces. Algo en mí decía que no era un suceso meteorológico. La nube rojiza parecía llamarme. Era como si nadie más en árido desierto pudiera verla. Eramos dos personas mirandonos a los ojos.

Me atreví y me dirigí hacia ella. Una tétrica melodía comenzaba a nacer en la brisa del viento.

Entonces apareció otra nube a mi derecha. Esta era azul. Una nube azul con rayos azules se cernía sobre el mundo. Y justo cuando pareciese que se lo iba a devorar, esta se desvaneció. Entonces todo fue silencio. Todo se detuvo. Todo se apagó.

Ahora no eramos nadie mas que yo, la soledad de la noche, el silencio del desierto, la brisa afinada y las estrellas crecientes.

Y justo cuando el silencio llegaba a su climax mas alto la ví. La nube final. La nube que me decía que ese momento era el indicado. La nube que con sus colores verdosos anunciaba con bombos y platillos, con trompetas y clarinetes...que era el fin de los tiempos. Entonces ésta se tornó verde. Y un sentimiento me invadió. Era el sentimiento de saber que éste era el fin del mundo. El día del juicio. Pero no tuve miedo pues no tuve tiempo de pensar en temer. En vez de eso simplemente me entregué al destino. Me entregué a la majestuosidad de aquella visión. Me dejé llevar por lo divino. Me sentí más pequeño que cualquier átomo. Mas insignificante que una partícula de aire. Me sentí en armonía con el mundo pues supe que ese momento era el de mi salvación y el de muchos otros.

De pronto pestañé y ya no estaba en el desierto. Estaba en el lado oscuro de la luna el cual era alumbrado por una incandescencia superior a la de cualquier imaginación. Podía ver arriba mío el desierto que había dejado segundos atrás. Y seguí mi camino. Ahora a pie. Entré en una especie de leve cráter. Habían personas allí. Personas y deidades.

Me encontré con viejos amigos. Con personas que no había alcanzado a conocer nunca y con viejos amores. Te ví a tí. Entonces llegaron deidades a ofrecernos cosas. No eran humanos...eran simplemente deidades. Una me ofreció un beso en la mejilla. Algo me decía que aquella decisión influiría en mi destino. Me sentí obligado a decir que no y con la misma mirada indiferente que ella se acercó, se alejo despacio hasta la persona que estaba al lado mío. Luego me ofrecieron alimentos y esa hospitalidad extraña me hizo aceptar. Me sentí obligado a aceptar.

Entonces nos llevaron hacia otra habitación, mucho mas pequeña que la anterior y nos hicieron formar una fila. A mi me pusieron en el cuarto lugar. La habitación conducía hacia una especie de transporte. Era un aparato que colgaba a lo largo de cables sobre un precipicio. Me subí y junto con otros fuimos llevados a una "isla" suspendida en el aire. Me llevaron contigo.

Todos los que fuimos llevados hasta ahí nos sentamos alrededor de una mesa a conversar sobre lo que estaba sucediendo. Conté mi historia y todo lo relacionado a aquellas extrañas nubes. Hasta que algo llamó mi atención. Una puerta semiabierta que dejaba entrever montañas. Me acerqué y la abrí. Entonces vi ese paisaje que me impactó. Miles de montañas extendiendose a lo largo de un valle. Montañas nevadas y valles mas nevados aún. Una belleza sobrecogedora e indescriptible invadió mi interior. Y entonces descansé. Creo que estaba en el paraiso.

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