domingo, junio 19, 2005

Policía del Karma. (Primera Parte)

Hay acciones. Acciones que cometemos en nuestras vidas. Buenas y malas acciones. A veces nos levantamos contra nuestros padres. A veces complacemos a nuestros padres. A veces ayudamos a los ancianos a cruzar la calle. A veces miramos hacia otro lado en el metro y nos hacemos los dormidos. A veces acariciamos a un perro. Otras veces lo pateamos sin previo aviso.

Todos en este mundo, de una manera u otra, intentan encontrar un camino hacia la felicidad. ¿Qué es la felicidad? ...creo que mejor debería preguntar, ¿cómo te sentirias realmente a gusto con tu vida?.

En incontables ocasiones gente le ha hecho daño a otras personas de una u otra manera. Físicamente, violentamente, sublimemente, sentimentalmente, psicológicamente. Muchas veces estas personas quedan impunes, o aparentemente es así. Y es que es mas que claro que no hay leyes para castigar una mentira de un amigo o una traición de una pareja. Al menos, no leyes escritas, no leyes palpables. No hay leyes que hagan pagar con cárcel el daño cometido. ¿Al fin y al cabo que es lo que te quita la cárcel?... la carcel te quita ni mas ni menos la esencia misma que nos hace únicos. Nos quita vida, nos quita tiempo, nos quita arena de nuestro gran reloj.

¿Cómo castigar entonces a toda esa gente que camina libremente por el mundo de manera impune y que le ha hecho tanto daño a otros?. Yo creo que, para bien o para mal, en el fondo de las cosas, en su energía misma, todos sabemos que no podemos. Si la conciencia de alguien está tan retorcida que ya no distingue lo bueno de lo malo entonces por más daño que le propinemos de vuelta no reconocerá su error. Porque aunque no nos demos cuenta ese es el objetivo que se tiene en mente cuando tratamos de vengarnos de alguien. Hacerle notar su error, su caída. Entonces inevitablemente ese victimario nuestro deja de serlo como tal y se convierte, indiscutiblemente en otra victima. Es en ese preciso momento en que sin darnos cuenta nos convertimos en el mismo ser que estamos intentando derrotar. Nos convertimos en nuestro mismo victimario. En un victimario de nuestro victimario. Intentamos hacerle daño a quien nos lo hizo a nosotros y con solo realizar ese acto deberíamos (y digo deberíamos ya que nunca lo hacemos), detenernos ahí mismo.

Generalmente en el amor proyectamos nuestra propia imagen en la del ser amado. Tendemos a creer que nuestro amor siente lo mismo que nosotros sentimos. Sea cierto o no eso es lo que generalmente creemos. Soñamos con que sea así, deseamos que sea así ya que eso nos hace sentir bien, eso nos reconforta, nos llena de energías y por eso quizás es tan lindo enamorarse. Y lentamente con el paso de los días este acto de proyectar nuestros sentimientos en otra persona va cambiando. Llegamos a pensar que nuestro amor piensa igual a nosotros. Llegamos a pensar que siente igual a nosotros, que sufre igual que nosotros, que se rie con las mismas cosas que nos reimos nosotros y que se enoja con las mismas cosas que nos enojamos nosotros. Llega el punto en que creemos que esa persona tan especial es igual a nosotros. Dejemos de un lado el hecho de si es cierto o no en la vida real. No es el punto que quiero tocar. A lo que voy es que a través de esta cadena de sucesos llega el momento en que, querámoslo o no, creemos que nuestro amor tiene los mismos puntos de vistas que nosotros.

Es un hecho que generalmente ocurre. Tendemos a creer que el daño que se nos hace a nosotros tendría que provocar el mismo dolor en la otra persona. Y no es que seamos posesivos ni nada parecido, no es que estemos cometiendo un error y que queramos caer en esto. Sino que inevitablemente caímos.

No hay comentarios.: