lunes, marzo 22, 2004

Todo por esa música Rap

Una pequeña reflexión 110% humanista.

Art. 19. Nº 8: “El derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación. Es deber del Estado velar para que este derecho no sea afectado y tutelar la preservación de la naturaleza. La ley podrá establecer restricciones específicas al ejercicio de determinados derechos o libertades para proteger el medio ambiente”
Constitución Política de la República de Chile 1980.

Me imagino al redactor de la constitución cuando empezó a crear este artículo, ¿qué habrá querido decir con Medio Ambiente?

Es Increíble cómo últimamente hemos visto cómo la ciudad de Santiago, nuestra Capital, ha empezado a llenarse de Autopistas y concesiones a privados. Américo Vespucio, la antigua Ruta 5, General Velásquez, entre tantas otras, son carreteras, caminos, historias y leyendas que han pasado a olvido, la nostalgia por el progreso, lo que está bien.

Pero pareciera que Lagos ya no tiene donde hacer más hoyos en la Capital y está empezando a hacerlos en las regiones. En realidad, es para sentirse orgulloso los avances en cuanto a infraestructura que ha realizado este gobierno. No por nada Lagos era el Ministro de Obras Públicas en los tiempos de Frei hijo.

El otro día, en que iba junto a mi padre en auto hacia el sur de la Capital, mientras me asombraba con la rapidez con que se estaban llevando a cabos estas obras, me dio curiosidad el hecho de que estaban sacando los árboles que rodeaban estos antiguos caminos, fue entonces cuando supe que a través de tratados internacionales, en las autopistas de alta velocidad, los árboles no están permitidos.

Es un tema preocupante, si vemos por ejemplo a Los Ángeles CA, en Estados Unidos, en donde la contaminación hace que sea imposible ver el gran letrero de “Hollywood” desde una distancia superior a 5 kilómetros, siendo que éste se debería ver supuestamente en toda la ciudad, y es necesario mencionar que las autopistas mas grandes y más rápidas del mundo, también se encuentran allí.

Yo no quiero más contaminación en la capital, pero pareciera que el Estado no se preocupa por eso, por eso que a este artículo lo he nombrado “el gasto de tinta de la Constitución”, pues, en mis 17 años de existencia (diez de ellos conscientes del mundo que me rodea), sólo he visto enfermedades bronco pulmonares en la televisión, y ninguna solución.

Pareciera que el Estado, en su búsqueda por el bien común, pretende sacrificar la salud de las personas (al parecer confiándose en la calidad de sus servicios de atención médica que son un ejemplo de eficiencia mundial, puaj), a cambio de concesiones a privados, lo cuál aumentará sus arcas fiscales, permitiendo el envío de tropas a países tan pobres como Haití, como si acá estuviéramos muy bien.

Es curiosa la Constitución de Chile, pues ahora, que recién empiezo a conocer pequeños aspectos de lo que es su totalidad como obra intelectual, me doy cuenta de que muchos realmente no la conocen. ¿Qué pasaría si en Junio, en pleno invierno, hago un graffiti con este apartado en la sala de espera de un consultorio?
No sé, pero la contaminación tiene muchos aspectos, en lo personal, lo que más me desagrada es la contaminación acústica, que tiene sus derivados. Cómo no me gustaría, en la más actitud Fascista, salir un día, siendo funcionario de la ley, a apresar micreros, condenándolos a años de cárcel por el simple hecho de molestar mi paz interior con un bocinazo, o una pisada al acelerador. Podría apresar a mucha gente, a los papás que no silencian a sus niños cuando están gritando en la biblioteca del colegio, a mis compañeras por reír indiscriminadamente derrochando tiempo que podría servir como silencio para relajarme por un momento en la sala de clases, entre tantas otras personas, pero que no vienen al caso.

El punto es que pareciera que a nadie le preocupa la salud de los demás, por lo tanto, tampoco les interesa su salud propia. Algo irónico entre tanta lucha por plan AUGE.

Trajinando entre mis recuerdos, recuerdo el día (hace mucho tiempo atrás ya) en que salí al patio trasero de mi casa (que no es de más de 2 metros por 7, y miré al cielo y vi algo que realmente no pude creer. Corriendo fui hacia el patio delantero y vi un espectáculo casi surrealista. Miré al cielo y no había nada. Absolutamente nada. Ni una nube, ni una ínfima partícula de smog, lo que provocó que el cielo se viera azul. No celeste, azul, un azul oscuro, que parecía opacar, oscurecer el mundo a las doce de la tarde. Vaya, son de esas imágenes casi fotográficas que no pueden borrarse con nada de la memoria. Fue impactante, casi shockeante. Incluso podía ver la virgen sobre el cerro San Cristóbal, cosa que hace tiempo que no observo.

¿Podré poner una denuncia contra el Estado si un día trato de escuchar el sonido de las mariposas en la Alameda y no lo pueda hacer, uno porque en la Alameda no hay mariposas, dos porque en la Alameda no se puede escuchar nada y tres porque el smog no me deja guardar silencio producto de la tos? ¿Podré denunciar a la CONAMA por eso, o al Estado, pues no ha actuado responsablemente frente a este tema?, pues es algo curioso, pues si lo hago yo, todos los melómanos y los amantes de los sonidos y del silencio podrían hacer lo mismo. No lo sé, pero siento que al menos el Estado no está cumpliendo con una de sus obligaciones.

En realidad entre tanta politiquería, de seguro el personaje que escribió ese artículo, buscaba poder, haciéndole creer a la población que estaba preocupado por la naturaleza (que rabia me da cuando una persona fría, ignorante de las bellezas de este mundo, se las da de sensible). Sólo que este señor nunca tomó en cuenta que el poder tiene distintos puntos de vista, y que a veces, el tiro puede salir por la culata.

Viva Greenpeace, He dicho, punto.

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Maestro, maestrísimo, el siguiente texto, no se si es ficticio o no, es de Matías Cornejo, un redactor de uno de mis portales favoritos (por no decir el mejor) de Internet, Sobras.com, Sencillamente, maestro.


Taxímetrosofías.
22/03/2004
Un día, no importa cuál, me subí a un taxi porque me esperaba alguien en la Plaza Ñuñoa. Iba retrasado veinte minutos. Una demora que pocos perdonan.
-Jefe, lo más rápido a la Plaza Ñuñoa, por favor.
-¿Seguro? –me dijo mirando por el retrovisor.
Al principio dudé.
-¿A qué se refiere con “seguro”?
-Pues a eso. Si está seguro de que nos vayamos rápido.
Miré el reloj. El tiempo a veces domina las situaciones.
-Déle, lo más rápido que pueda...
No alcancé a terminar la oración y ya volábamos por Vespucio. El taxista pasaba entre micros, omitía luces rojas, encerraba a otros autos y, por supuesto, puteaba a todo el que se le pusiera delante.
-¿Sabe una cosa, joven? –preguntó volteando la cabeza.
-Diga –dije concentrado mirando hacia el frente. En cualquier momento, sin segundas ni terceras, nos matábamos.
-Es culpa del hombre que hayan tantas lesbianas.
Quedé helado. A 110 kilómetros por hora un desconocido al que había encomendado mi vida subiendo a su auto negri-amarillo me tiraba una línea como “es culpa de los hombres que las mujeres sean lesbianas.” El mundo, si tiene sentido, dentro de ese taxi había perdido el rumbo.
-Hay más lesbianas –continuó diciendo-, porque como la pega es poca y resulta difícil encontrarla, uno está menos tiempo en casa, y llega cansado.
Me golpee la cabeza contra el techo al pasar raudos por un lomo de toro.
-Es que uno ya no les puede dar afecto, cariño, es difícil querer hacer el amor con la señora si uno está cansado, qué se le va a hacer, la cosa es necesaria y pucha que es rica, pero cansado… cansado no es lo mismo, entonces las mujeres de uno empiezan a buscar cariño en otras partes y así es como conocen a la vecina, la vecina que uno nunca pensó que era lesbiana…
Una micro frenó con escándalo al ver que el taxi pasaba de largo un disco PARE. A mí me vino un principio de infarto. No quería saber nada de lesbianas. Sólo quería ser un peatón más.
-¿Y usted que cree? –me miraba por el espejo.
-¿Yo? ¿De las lesbianas?
-De todo lo que le dije.
-Pues yo no tengo prejuicios, el sexo es una forma natural de expresar el deseo y el placer…
El taxista detuvo el auto. Por la fuerza del frenazo terminé con la mitad del cuerpo adelante. Él me miraba severo.
-Claro, es re-fácil no tener prejuicios cuando no se encuentra a la mujer de uno desnuda en la propia cama con la vecina sosteniendo un plátano en la mano…
Sonreí. No sabía que hacer. ¿Disculparme? ¿Pero de qué? ¿Decirle “lo siento”? ¿Mentir y decir que me pasó lo mismo? ¿Hablar del plátano?
-Tiene toda la razón. La cesantía ha hecho que aumenten las lesbianas.
-Ya lo digo yo… Son dos mil quinientos.
-¿Ah?
-La carrera, dos lucas y media.
Pagué. Cuando cerré la puerta vi como se alejaba el taxi. Se perdió en el tráfico. Era uno de tantos. Pensé en cuántas historias habría en cada uno. Miles. Y más pelacables.
Llegué donde la gente que me esperaba y con una sonrisa les dije:
¿Saben que el desempleo incide directamente en el crecimiento de la población de mujeres lesbianas?
Se rieron. Nadie preguntó por qué. ¿Lesbianas y cesantía? No es posible.
Lo mismo dijeron cuando el hombre quiso llegar a la Luna.

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