El Mustang Negro parecía un puño de acero corriendo a toda velocidad por la Costanera Norte. Una bestia salvaje, imparable, viril, llena de testosterona arremetiendo sin piedad entre cada hueco que encontraba donde pudiera pasar. Se movía suave y agresivamente de un lado a otro esquivando a los demás autos. Las ruedas expelían humo negro al contacto con el suelo. El motor hacía retumbar las paredes del túnel como si una onda sónica de furia infinita se expandiera por el aire de forma visible y a una velocidad orgásmica. Cada vez que un auto era sobrepasado disminuía la velocidad, como si el conductor hubiera sido pinchado con un alfiler entre sus nalgas al mismo tiempo que una sombra negra y furiosa se arrastraba hasta más allá del horizonte.
A toda velocidad salió en dirección a Av. Kennedy. En la oscuridad de la noche sólo eran distinguibles sus luces y el brillo de las llantas aplastando el pavimento. Disminuyó de velocidad abruptamente y la ciudad era testigo de una aparición imponente y repentina, como si el vehículo hubiera salido de la nada. Como si nada ocurriese avanzó. Pasó Américo Vespucio y comenzó a abandonar la Autopista. A un lado de la caletera jugaban unos niños. Un perro meaba un grifo. Una señora en silla de ruedas era escoltada por una enfermera. Una pareja caminaba abrazada comiéndose un helado. Un Centro Comercial aparecía lleno de vida. Divino. Majestuoso.
El Caballo Furioso entró en el estacionamiento de la superficie. El Subwoofer retumbaba con fuerza en el exterior pero la música era ininteligible. A cada golpe de los bajos la gente podía sentir su pecho siendo golpeado con un garrote de acero. Segundo nivel subterráneo. El Animal detuvo su marcha. Todos miraron. Todos querían ser testigos del momento de sus vidas pero nada ocurría y los vidrios polarizados no dejaban suponer nada. La puerta del piloto se abrió y junto con vapor salió una melodía…
“…But I want something good to die for
To make it beautiful to live
I want a new mistake, lose is more than hesitate
Do you relieve it in your head?…”
Las Reinas de la Edad de Piedra escupían furiosas guitarras y la base de bajo y batería golpeaba el espíritu sin tregua alguna.
La Rubia Maldita se bajó asesinamente. Los tacos altos tocaron el suelo, arriba las piernas moldeadas a mano invitaban a seguir subiendo la mirada. Cuando todo parecía que iba a ser revelado apareció una minifalda negra de cuero que evitó a medias el desastre. Los autos se detuvieron. Las sirenas se callaron. Los niños temieron. Los Esposos se excitaron. Las mujeres enviudaron. Los guardias se congelaron. Las puertas se abrieron. Los ataúdes se prepararon…
- ¿Y qué pasó después?
- Justo después me llamaron a almorzar y tuve que dejar de ver la película.
- Puta el concha de su madre…
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